Ya han transcurrido ocho a?os desde que los líderes mundiales se comprometieran a erradicar la pobreza extrema mediante los objetivos de desarrollo del Milenio (ODM), con los que se pretende lograr la ense?anza primaria universal, empoderar a la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y forjar una nueva alianza para el desarrollo.
Los objetivos de desarrollo del Milenio se centran en las personas, tienen unos plazos concretos y son cuantificables. Son unos objetivos sencillos, aunque ambiciosos, fáciles de comprender para todas las mujeres, hombres y jóvenes de a pie, de Washington a Monrovia, de Yakarta a Nairobi y de Oslo a Ciudad del Cabo. Tienen respaldo político porque han logrado que, por primera vez, los líderes mundiales asumieran su responsabilidad en el marco de un pacto semejante. No obstante, somos dolorosamente conscientes de que muchas personas, en particular los pobres de las zonas urbanas, no saben bien en qué consisten los objetivos de desarrollo del Milenio. Esto se debe a que el cambio anunciado todavía no ha llegado a los barrios de tugurios de los cascos urbanos, en los que los objetivos, en la calle y en la vecindad, sólo se podrán lograr mediante la colaboración de los gobiernos municipales, provinciales y nacionales con las comunidades.
En el a?o 2050, 6.000 millones de personas, es decir, dos tercios de la humanidad, vivirán en las ciudades. Y conforme van creciendo los centros urbanos, el locus de la pobreza mundial se va desplazando a dichas ciudades, especialmente a los asentamientos improvisados y barrios de tugurios que tanto proliferan en el mundo en desarrollo. Por esta razón necesitamos estudios, datos y cifras, y también indicadores, para planificar con claridad la forma de lograr objetivos en las comunidades más pobres. Nos hemos dado cuenta de que se trata de un aspecto complejo dentro de los esfuerzos que realizamos los miembros del Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat) en colaboración con nuestros asociados para lograr la meta 11 del objetivo 7: haber mejorado significativamente para el a?o 2020, la vida de por lo menos 100 millones de habitantes de tugurios. Si intentamos llevar la esperanza a los pobres de las zonas urbanas, necesitamos una gobernanza innovadora, además de ideas e informes locales, y también tenemos que ayudar a nuestras ciudades, e incluso a nuestros países, a adoptar políticas y estrategias en pro de los pobres que acaben con la necesidad de crear barrios de tugurios.
Al respaldar estos objetivos, los países ricos han asumido por primera vez su parte de responsabilidad para apoyar las iniciativas de los países pobres en forma de ayuda de más calidad y mejor orientada, la condonación de la deuda y un comercio más equitativo. Los países en desarrollo han asumido la parte que les corresponde, a través de un mejor uso de los recursos y las iniciativas en materia de democracia, rendición de cuentas y mejora de la gobernanza, tales como la Nueva Alianza para el Desarrollo de ?frica (NEPAD).
Es cierto que los ODM se pueden alcanzar. El número de personas que viven en la pobreza extrema en Asia se ha reducido en más de 250 millones desde 1990. Pero las cifras clave que arrojan las últimas investigaciones de ONU-Hábitat nos dan una idea de la magnitud de la crisis urbana. En Asia habita casi el 60 por ciento de la población mundial de los barrios de tugurios con un total de 581 millones de personas en 2005; en el ?frica subsahariana había 199 millones de habitantes de barrios de tugurios, lo que representa aproximadamente el 20 por ciento del total mundial, y en América Latina 134 millones, lo que supone el 14 por cierto del total. A escala mundial, el 30 por ciento de la población urbana vivía en barrios de tugurios en 2005, un porcentaje que no ha cambiado mucho desde 1990. No obstante, en los últimos 15 a?os la magnitud del problema ha crecido sustancialmente, dado que otros 283 millones de habitantes de tugurios se han incorporado a la población urbana del planeta.
En resumen, cuando se creó ONU-Hábitat en Vancouver hace 30 a?os, las Naciones Unidas, creadas tan sólo tres decenios antes, cuando dos tercios de la humanidad vivían todavía en zonas rurales, apenas prestaban atención a la urbanización y sus impactos. Hoy, el mundo está siendo testigo de la mayor y más rápida migración a las ciudades de la historia. Se estima que 1.000 millones de personas -una de cada cinco personas del mundo en desarrollo- todavía viven por debajo del umbral de la pobreza extrema, y los resultados de las iniciativas nacionales son muy dispares hasta el momento. Ciertamente, son muchos los gobiernos y administraciones locales que todavía han de establecer sus planes de acción y sus metas destinados a mejorar las vidas de los habitantes de barrios de tugurios.
Se ha avanzado en la reducción del hambre, el suministro de agua potable y la escolarización primaria. Sin embargo, las madres siguen pereciendo innecesariamente durante el parto en los barrios de tugurios de los núcleos urbanos del mundo en desarrollo, mientras que el VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria siguen propagándose en los asentamientos urbanos más necesitados. La igualdad entre los géneros sigue siendo una quimera para las mujeres de numerosos países. El deterioro del medio ambiente urbano y su entorno entra?a una creciente amenaza para el suministro de agua y alimentos a las ciudades, para sus hogares y medios de subsistencia.
No existe ninguna solución mágica y, si las tendencias actuales persisten, algunos de los países más pobres no estarán en condiciones de cumplir muchos de los objetivos de desarrollo del Milenio. Un fracaso semejante constituiría una tragedia y esa es la razón por la que los líderes mundiales van a celebrar una cumbre quinquenal de examen. ?sa es la razón por la que, en 2008, debe hacerse realidad el concepto de una alianza mundial entre los países pobres y los ricos en nuestras ciudades.
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