29 septiembre 2020

Nuestro mundo debe hoy lamentar una cifra atroz: la pérdida de un millón de vidas como consecuencia de la pandemia de COVID-19.

La cifra es escalofriante. Y no debemos perder nunca de vista cada una de las vidas individuales que encierra.

Eran padres y madres, esposas y esposos, hermanos y hermanas, amigas, amigos y colegas.

El dolor se ha visto multiplicado por lo despiadado de esta enfermedad.

El riesgo de infección ha mantenido a las familias lejos del lecho de estos enfermos y, con frecuencia, no ha sido posible el duelo ni celebrar la vida de esas personas.

?Cómo decir adiós sin poder tomarlas de la mano, o darles un beso de ternura, un cálido abrazo, sin poder susurrarles un último “Te quiero”?

Y, sin embargo, todavía no se vislumbra el final de la propagación del virus, la pérdida de empleos, las disrupciones en la educación, el trastorno de nuestras vidas...

Sin embargo, podemos superar este desafío.

Pero debemos aprender de los errores. Un liderazgo responsable es fundamental. La ciencia es importante. La cooperación es importante. La desinformación mata.

Mientras continúa la búsqueda infatigable de una vacuna —una vacuna que debe estar disponible y asequible para todas las personas—, hagamos lo que está en nuestras manos para salvar vidas:

Mantengamos la distancia física. Utilicemos mascarilla. Lavémonos las manos. Mientras recordamos tantas vidas perdidas, no olvidemos nunca que nuestro futuro depende de la solidaridad: como personas unidas y como naciones unidas.