La vida terrestre tiene una diversidad asombrosa. Está formada por especies fundamentales que sostienen abundantes ecosistemas en todo el mundo. Estos sistemas son interdependientes y presentan un delicado equilibrio.?Eliminar una especie fundamental puede suponer modificar drásticamente o incluso destruir un ecosistema entero.?Esta estructura es sorprendentemente frágil, pero si se protege de la degradación, también puede ser increíblemente resiliente.?La biodiversidad de la Tierra —su flora, su fauna y sus microorganismos— son los cimientos sobre los cuales ha emergido la existencia humana y de los que ahora dependemos totalmente para obtener nuestros medios de subsistencia, agua y aire limpios, alimentos, energía y bienestar.?Aunque los humanos compartimos el planeta con el resto de sus formas de vida, y formamos parte de su biodiversidad, tenemos un impacto desmedido sobre la salud de la Tierra.?El reto inminente del siglo XXI es reconocer nuestro impacto y esforzarnos de verdad para avanzar hacia una existencia sostenible dentro de estos sistemas, en lugar de dominarlos o destruirlos.
En casi todos los aspectos, actualmente no estamos atendiendo a esta urgente necesidad. La biodiversidad de la Tierra está desapareciendo a un ritmo alarmante. La?Evaluación global de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos de 2019, publicada por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), constató que , muchas de ellas en tan solo décadas, a menos que tomemos medidas.
Las consecuencias del cambio climático y del uso voraz, mal administrado y a menudo corrupto de nuestros valiosos recursos naturales son la pérdida de hábitats; los conflictos entre el ser humano y los animales; el tráfico de fauna y flora silvestres y la caza furtiva; la contaminación química y por plásticos; el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos y la destrucción de nuestros arrecifes de coral; la erosión del suelo; y la deforestación. Esta destrucción nos afecta a todos, pero sobre todo a los más vulnerables. Un se?aló que, a pesar de que el cambio climático es un fenómeno mundial, las personas y los países sumidos en la pobreza se ven afectados de forma más grave por sus efectos negativos.?Según el , publicado por las Naciones Unidas, casi 500 millones de personas dependen, al menos en parte, de la pesca en peque?a escala, que representa el 90?% del empleo en la pesca en todo el mundo.
Sin embargo, ?existe un camino para progresar? No podemos demorar la respuesta a esta pregunta. La respuesta debe ser un “sí” rotundo, porque nuestra supervivencia depende de ello.?Mi esperanza no procede de una creencia quijotesca en una solución mágica, sino de ser testigo y comunicarme con conservacionistas, científicos, pueblos indígenas, gobiernos y millones de personas cuyo objetivo es conservar la biodiversidad para que todas las personas y criaturas puedan compartir de forma sostenible la abundancia de la Tierra, en el presente y en el futuro.
Para abordar estos retos se han propuesto grandes ideas, como la venta de créditos de compensaciones de las emisiones de carbono, el pago por los servicios ecosistémicos, la remodelación de la financiación de la conservación y el ecoturismo. Existen programas ambiciosos, como el de la E.?O. Wilson Biodiversity Foundation, cuyo fundador, E.?O. Wilson (1929-2021), que solo apartando la mitad del planeta como reserva, o incluso más, podemos salvar la parte viva del medio ambiente y lograr la estabilización necesaria para nuestra propia supervivencia. También se han firmado tratados internacionales, como el acuerdo negociado recientemente conocido como el , que establecerá la protección del medio marino en aguas internacionales y fijará normas a escala mundial para evaluar la actividad comercial en los océanos, entre otras medidas de protección solicitadas hace mucho tiempo. Por último, se están produciendo cambios de paradigma centrados en el compromiso de la comunidad local, la lucha contra el blanqueo ecológico y la inversión en iniciativas gestionadas por las comunidades, y todos ellos convergen en la sensibilización, el fomento de la innovación y la creación de una vía para el cambio progresivo. Debemos intensificar nuestros esfuerzos.
Hace más de sesenta a?os, en 1962, Rachel Carson impulsó el movimiento comunitario a favor del medio ambiente con la publicación de su libro Primavera silenciosa.?En él, describió las consecuencias involuntarias del uso de plaguicidas químicos, especialmente del compuesto conocido como DDT, en nuestros cultivos. Carson explicó meticulosamente cómo los plaguicidas químicos no afectan exclusivamente a los insectos a los que van dirigidos. El DDT entró en la cadena alimentaria a través del agua, contribuyendo a la destrucción de las poblaciones de aves y peces. Se acabaron encontrando trazas de DDT en las personas, incluso sin que hubieran tenido una exposición directa. A pesar de la intensa oposición de la industria química a los descubrimientos revelados en el libro, el trabajo de Carson prevaleció. En los Estados Unidos, trajo consigo la creación de la Agencia de Protección Ambiental por parte del Presidente Richard Nixon en 1970, la aprobación de la Ley de Agua Limpia en el Congreso en 1972 y la aprobación de la Ley de Especies Amenazadas, también en el Congreso, en 1973. Diez a?os después de la publicación de Primavera silenciosa, en 1972, se prohibieron la mayoría de los usos de DDT en los Estados Unidos.
En nuestro mundo, que se rige por la tecnología, la naturaleza proporciona refugio y consuelo de nuestra existencia industrializada. Pero lo que es más importante, la biodiversidad proporciona a la humanidad su propio sustento. Conforme nos enfrentamos a los retos del cambio climático, debemos reconocer que no somos más que una de las muchas especies que forman parte del árbol de la vida. Tal y como Carson expresó de forma tan sencilla y elegante en Primavera silenciosa, “en la naturaleza nada existe aislado”.
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