23 mayo 2020

Cuando recibieron los primeros informes sobre el brote de coronavirus, los líderes de la Primera Nación Pasqua, situada en la parte occidental del Canadá, empezaron a preocuparse por lo que podría suceder si la enfermedad se propagaba en su comunidad. A principios de enero, comenzaron a prepararse para lo peor. Hace poco, el Jefe de la tribu Pasqua, Todd Peigan, me explicó que, gracias a estos preparativos tempranos, su Primera Nación logró establecer su propio sistema de distribución de emergencia que, actualmente, reparte cestas de alimentos a los Ancianos y a otras personas de manera que se puedan quedar a salvo en sus casas.

Este inspirador ejemplo de cómo se han movilizado los pueblos indígenas en el Canadá para dar respuesta a la crisis mundial de la COVID-19 es solo uno de muchos. Los expertos indígenas han adaptado la información sobre salud pública para conseguir que resulte más accesible para nuestra gente. El Morning Star Lodge, un laboratorio indígena de investigación sobre salud, ha traducido carteles y fichas técnicas a algunas de las lenguas indígenas de uso más generalizado. Algunas de las Primeras Naciones han elaborado sus propios protocolos para acceder a sus tierras y comunidades con el fin de evitar la propagación de la enfermedad.

Estoy orgulloso de estas iniciativas que mis hermanos y hermanas indígenas han llevado a cabo para tratar de contener la propagación de los contagios en nuestras comunidades. En mi lengua indígena, el crí, solemos decir “nīsōhkamātowin wāhiyaw itōhtēmakan”, que significa que “ayudarnos los unos a los otros tiene un largo recorrido”. Soy consciente de que, en el fondo, la previsión, la creatividad y el liderazgo de los pueblos indígenas en todo el mundo será clave para superar la crisis actual, así como para que la reconstrucción se lleve a cabo de manera que nos vuelva más fuertes y resilientes.

Sin embargo, no debemos subestimar la magnitud de este desafío ni la gravedad de los riesgos a los que se enfrentan los pueblos indígenas en todo el mundo.

Los virus no discriminan, pero los Gobiernos, las instituciones y los sistemas sociales, sí lo hacen. Las enfermedades infecciosas como la COVID-19 recorren los canales abiertos a lo largo de varios siglos de prejuicios y desigualdades. Los miembros más marginados de la sociedad son aquellos que tienen menor capacidad para tomar precauciones y evitar el contagio, quienes tienen un acceso limitado a una atención de salud adecuada cuando se enferman y quienes tienen más probabilidades de ser estigmatizados y condenados por ello.

Todo esto resulta especialmente aplicable a los pueblos indígenas.

Debido al colonialismo y a todas las formas en que los pueblos indígenas han sido apartados, marginados y empobrecidos, las pandemias como la de COVID-19 suponen una amenaza enormemente desproporcionada para nuestra salud y nuestro bienestar. Es más, los mismos patrones de racismo y discriminación que situaron a los pueblos indígenas en una situación de mayor riesgo también provocaron que resultase más difícil para los gobiernos y las instituciones indígenas mantener a nuestra gente a salvo.

Esta es la cruda realidad a la que se enfrentan los pueblos indígenas en todas las regiones del mundo. Esto también sucede en el Canadá, a pesar de la alta calidad de vida de la que disfruta la mayoría de habitantes de este país y de un sistema nacional de atención de salud por lo general sólido que es la envidia de muchos.

Junto con otros líderes, he estado transmitiendo el mensaje de que un lavado de manos frecuente y exhaustivo constituye una defensa de primera línea frente a las infecciones. Sin embargo, tras varios decenios de abandono y de una financiación insuficiente por parte del Estado, muchas de las Primeras Naciones del Canadá no tienen un acceso fiable al agua segura y limpia necesaria para algo tan básico como lavarse las manos. Y esto es algo que, para la mayoría de los demás canadienses, resultaría inimaginable.

De manera similar, el persistente problema de superpoblación de las viviendas suministradas por el Gobierno que existe en muchas comunidades de las Primeras Naciones plantea unas dificultades únicas para las familias que, en estos momentos, están confinadas en sus hogares. Siendo realistas, poco distanciamiento físico real puede haber en las condiciones desesperadas en las que muchas familias grandes y ampliadas se ven obligadas a vivir.

Los factores de este tipo ya han generado problemas de salud graves y persistentes entre las Primeras Naciones del Canadá. Sin embargo, a pesar de nuestras necesidades urgentes, el acceso a los servicios médicos suele ser insignificante o inexistente. En muchas de nuestras comunidades, el médico más cercano se encuentra a un largo trayecto en coche, o incluso en avión, de distancia.

Foto de la Primera Nación Peguis, con la autorización de Doris Bear, Administradora de Servicios de Salud y Directora de Salud acreditada por las Primeras Naciones, facilitada por Marion Crowe, Directora Ejecutiva de la Asociación de Administradores de Se

El respeto por el derecho natural que tienen los pueblos indígenas a formar parte de todas las decisiones que afectan a nuestras vidas y futuros se encuentra en la base de toda acción fundamentada y efectiva.

En su favor hay que decir que la respuesta del Canadá a la crisis actual ha incluido unos nuevos recursos que son muy bien recibidos para ayudar a abordar las necesidades específicas de los pueblos indígenas. Aunque es necesario hacer mucho más, es un buen punto de partida. Instaría a todos los gobiernos del mundo a que reconociesen el contexto único y las diversas necesidades de los pueblos indígenas y a que trabajasen con ellos para garantizar que dispongan de los recursos necesarios para proteger a sus comunidades.

En estos momentos, una comunicación clara, las alianzas y la colaboración son más importantes que nunca. Existen buenos motivos para que las consultas y el consentimiento constituyan elementos básicos de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. El respeto por el derecho natural que tienen los pueblos indígenas a formar parte de todas las decisiones que afectan a nuestras vidas y futuros se encuentra en la base de toda acción fundamentada y efectiva.

Un aspecto de la inclusión que resulta particularmente importante es la garantía de que las voces y perspectivas de las mujeres indígenas sean primordiales a la hora de dise?ar y aplicar las respuestas a la pandemia. Todos sabemos quiénes soportan la mayor carga de cuidar a nuestras familias en épocas de crisis. Del mismo modo que honramos a los cuidadores en la primera línea de los hospitales y los dispensarios, también debemos honrar a los cuidadores que se encuentran a la cabeza de nuestras comunidades. Y, lo que es más importante, debemos escucharlos.

Mientras digo esto, soy consciente de que cada vez existen más pruebas de que las órdenes de confinamiento a largo plazo generan mayor estrés y violencia doméstica contra las mujeres. Estas preocupaciones adquieren una urgencia incluso mayor en el caso de las comunidades indígenas, dado que, en el Canadá, así como en muchos otros lugares del mundo, las mujeres indígenas ya se enfrentan a unos niveles de violencia considerablemente superiores. Esta violencia se encuentra enraizada en el historial de destrucción y de deshumanización de nuestras hermanas indígenas durante el colonialismo, así como en las graves tensiones sociales que afectan a nuestras comunidades. No debemos permitir que la crisis actual convierta una situación ya de por sí terrible en una mucho peor.

Los estados y los pueblos indígenas también deben ser capaces de colaborar con el fin de informarse correctamente. Cuando los pueblos indígenas se encuentran en minoría, nuestras experiencias y necesidades específicas suelen volverse invisibles. Debemos trabajar juntos para garantizar que las respuestas a la COVID-19 se sustenten en la mejor información posible. De este modo, es necesario reunir y analizar los datos sobre las poblaciones indígenas con la participación activa de los pueblos indígenas, de manera que dichos datos se puedan utilizar para fundamentar las medidas de prevención y abordar las necesidades de tratamiento médico.

Estoy completamente de acuerdo con el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, quien afirmó que “si respetamos los derechos humanos en estos momentos de crisis, construiremos soluciones más efectivas e inclusivas para la emergencia de hoy y la recuperación de ma?ana”. Por suerte, el marco para conseguirlo ya se ha establecido a través de dos instrumentos de consenso mundial.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible compromete a los Estados a “no dejar a nadie atrás” y a “llegar primero a los más rezagados”. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas nos dice cómo podemos conseguirlo. Esta Declaración reafirma el derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas; exige a los Estados que nos apoyen a la hora de emprender nuestros propios caminos para alcanzar la salud y el bienestar; e insta a adoptar medidas especiales adicionales para proteger los derechos de las mujeres indígenas, los Ancianos y otros miembros de nuestra comunidad que se encuentran en máximo riesgo.

Hoy en día resulta más importante que nunca defender y cumplir estas promesas.

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