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La Declaración Universal de Derechos Humanos: un documento vivo

Declaración Universal de
Derechos Humanos
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Mucho puede decirse sobre la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es el cimiento de las normas internacionales de derechos humanos, la primera declaración universal sobre los principios básicos de los derechos humanos inalienables, y una norma común de comportamiento para todos los pueblos y todas las naciones. Cuando se acerca el 60º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, es oportuno destacar la pertinencia actual del documento, su universalidad, y su relación con todo lo que somos. Hoy la Declaración Universal de Derechos Humanos es más pertinente que nunca.

Universalidad

La Declaración Universal de Derechos Humanos fue el primer instrumento que estableció, hace casi 60 años, lo han pasado a ser valores universales en la actualidad: los derechos humanos son inherentes a todos y conciernen a la comunidad internacional en su totalidad. Redactada por representantes de todas las regiones y las tradiciones jurídicas, la Declaración Universal ha resistido la prueba del tiempo y los ataques basados en el “relativismo”. La Declaración y sus valores básicos, incluidos la no discriminación, la igualdad, la equidad y la universalidad, se aplican a todas las personas, en todos los lugares y en todo momento. La Declaración Universal de Derechos Humanos nos pertenece a todos.

En un mundo amenazado por las divisiones raciales, étnicas, económicas y religiosas, tenemos que defender y proclamar, más que nunca, los principios universales de justicia, equidad e igualdad que pueblos de todas las latitudes consideran tan importantes y que fueron consagrados primeramente en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Pertinencia actual

Los derechos humanos no son únicamente valores universales que trascienden las culturas y las tradiciones, sino que son valores de una quintaesencia local y compromisos contraídos a escala nacional en órganos internacionales y constituciones y leyes nacionales.

La Declaración representa un contrato entre los gobiernos y sus pueblos, quienes tienen derecho a exigir que ese contrato se respete. No todos los gobiernos han pasado a ser partes en todos los tratados de derechos humanos. Sin embargo, todos los países han aceptado la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Declaración sigue afirmando la integridad y el valor humanos inherentes a todas las personas del mundo, sin distinción de ningún tipo.

Lucha permanente

La Declaración Universal de Derechos Humanos nos protege a todos, y también consagra una gama de derechos humanos. Los redactores de la Declaración Universal vieron un futuro de seres humanos libres del temor y de la miseria. Colocaron todos los derechos humanos en un pie de igualdad y confirmaron que los derechos humanos son esenciales todos para vivir una vida con dignidad.

La visión de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos ha inspirado a muchos defensores de los derechos humanos que han luchado en los últimos seis decenios para convertir esa visión en realidad. El impresionante edificio de derechos humanos internacionales que hizo posible la Declaración Universal de Derechos Humanos debe ser motivo de celebración. Pero aún no beneficia a toda la humanidad de igual manera.

La lucha dista mucho de haber concluido. Tenemos que reclamar la Declaración Universal de Derechos Humanos, apropiárnosla, pues tiene que ver tanto con nuestros derechos como con nuestras responsabilidades. Si bien es cierto que tenemos derecho a nuestros derechos humanos, también debemos respetar los derechos humanos de los demás y contribuir a lograr que los derechos humanos universales para todos lleguen a ser una realidad. En nuestros esfuerzos reside el poder de la Declaración Universal de Derechos Humanos: se trata de un documento vivo que seguirá inspirando a generaciones futuras.