Recuerdo muy bien que en noviembre de 2008, el ex Presidente Olusegun Obasanjo de Nigeria, que buscaba medios para mitigar una crisis catastrófica en la región oriental de la República Democrática del Congo, fue objeto de fuertes críticas porque lo oyeron llamar al general congole?o rebelde Laurent Nkunda "mi hermano". Nkunda estaba acusado por el Gobierno de la República Democrática del Congo de crímenes de guerra y se encontraba bajo investigación por la Corte Penal Internacional de La Haya. A la sazón, yo dirigía el Equipo de los Grandes Lagos en el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz en Nueva York. Dada mi responsabilidad de supervisar las operaciones de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz en la República Democrática del Congo (MONUC) y en Burundi (BINUB), Nkunda ocupaba gran parte de mis pensamientos.

Unos meses atrás, a finales de agosto de 2008, violentos enfrentamientos entre los soldados de Nkunda, rebeldes miembros del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), y el ejército nacional, las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC), habían puesto fin a una cesación del fuego que se mantenía en vigor desde el 23 de enero de 2008, fecha en que se firmó un acuerdo de paz entre el Gobierno de la República Democrática del Congo, el movimiento de Nkunda y grupos armados de las provincias de Kivu del Norte y Kivu del Sur. La reanudación de las hostilidades dio pábulo a un resentimiento que por mucho tiempo se había mantenido latente en la región, debido a que Nkunda declaró que sus fuerzas estaban protegiendo a la minoría tutsi que vivía en los Kivus de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Rwanda, o FDLR, el movimiento rebelde formado a partir de la milicia hutu Interhamwe que huyó a la República Democrática del Congo en 1994, después de organizar en Rwanda el genocidio en que murieron aproximadamente 800.000 personas, la mayoría de ellas tutsis.

Pese a lo dicho por Nkunda sobre su intención de proteger, sus soldados del CNDP arrasaron el territorio y se apoderaron de grandes extensiones de suelo fértil y rico en minerales. Las unidades de las FARDC (que en sí era una mezcla de soldados entrenados y elementos indisciplinados de antiguos grupos rebeldes que habían firmado varios acuerdos) no resistieron el embate de un CNDP más fuerte y mejor organizado. Al cabo de dos meses, los combates habían hecho estragos en las vidas de cientos de miles de civiles del territorio Rutshuru, en Kivu del Norte. Todas las partes cometieron violaciones de mujeres, y las fuerzas de Nkunda tomaron la delantera en la matanza de civiles, dejando a su paso poblaciones aterrorizadas.

El 29 de octubre Nkunda había declarado una cesación del fuego unilateral, pero a causa de la fragilidad de la situación y del hecho de que la MONUC estaba deplorablemente sobrecargada, para entonces ya todo estaba planteado y en examen, desde una solicitud del Secretario General Ban Ki-Moon al Consejo de Seguridad de que autorizase 3.000 soldados y policías adicionales para que ayudaran a impedir los combates, hasta una solicitud a la Unión Europea de que desplegara una fuerza militar provisional en Kivu del Norte y el despacho de un Enviado Especial a la región para que negociara un acuerdo de paz sostenible y de largo plazo. Muchos temían que se produjera una intensificación del conflicto que también involucrara a otros actores de la región.

Cuando el CNDP amenazó con tomar Goma, la capital provincial de Kivu del Norte, se hizo más urgente la necesidad de hallar un negociador de alto nivel que pudiera mantener a raya a Nkunda. Era esencial identificar a alguien que gozara del respeto de las autoridades de la República Democrática del Congo y de los gobiernos regionales, y a quien Nkunda no pudiera faltar al respeto fácilmente. Fue este el escenario en que hizo su entrada el Presidente Obasanjo, después de que el Secretario General lo nombrara su Enviado Especial para la región de los Grandes Lagos. El Presidente Obasanjo viajó a la región, estableció contacto con varios presidentes y trató de que se comprometieran a prestar ayuda para calmar las crecientes tensiones. Sin embargo, lo que le ganó críticas fue su encuentro con el propio Nkunda. Las imágenes del Presidente Obasanjo y Nkunda abrazados, bailando y tomados de la mano durante un paseo, con todo el aspecto de amigos que hacía tiempo no se veían, no fueron del agrado de muchos congole?os, algunos de los cuales dirigieron al Secretario General una comunicación firmada en la que pedían la sustitución de Obasanjo. Para muchos congole?os, lo que la comunidad internacional debía hacer desde el punto de vista ético era marginar a Nkunda en lugar de acercarse a él. La imagen en la que se le veía al Presidente Obasanjo "pasando revista" a las tropas del CNDP echó más sal en la herida. Sus críticos consideraron que ese honor se reservaba para ejércitos y no para lo que a su juicio era una milicia asesina, y otorgaba a Nkunda un tipo de legitimidad que no merecía.

La estrategia de Obasanjo parecía ser aproximarse a Nkunda en términos que este encontrara cordiales. Así pues, asumió el papel de sensato "hermano mayor", por así decirlo, poseedor de sólidas credenciales: Obasanjo había empezado a ganar experiencia en la República Democrática del Congo en octubre de 1960, cuando fue desplegado siendo un joven soldado de la primera misión de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz en ese país. Había sido promovido hasta llegar al grado de General en el país más populoso de ?frica; había sido Jefe de Estado dos veces; y era un veterano en el juego de la política, la guerra y la diplomacia.

A la sazón, más de 250.000 personas estaban desplazadas a causa de los enfrentamientos en Kivu del Norte, y el número de civiles muertos era elevado. Obasanjo podía referirse a estas cuestiones y criticar enérgicamente a Nkunda por haber creado un desastre humanitario, e insistir a la vez en las condiciones sustantivas que debían servir de base para llegar a un acuerdo, desde, entre otras cosas, el mantenimiento de la cesación del fuego, la búsqueda de una paz amplia en la región y el enfrentamiento de las causas fundamentales del conflicto, hasta la garantía de acceso para la ayuda humanitaria. Sin embargo, al trabar conversación también con Nkunda como un soldado con otro, pareció motivar a este a que cooperara apelando a su "orgullo profesional", recordándole su papel como General y sus obligaciones como "líder" congole?o. En última instancia, las negociaciones del Presidente Obasanjo ayudaron a lograr la apertura de los corredores humanitarios para llegar a las personas vulnerables, una mejora de las relaciones regionales, un diálogo entre el CNDP y el Gobierno de la República Democrática del Congo y, por último, un proceso de integración del CNDP en las FARDC, que cabe reconocer que no estuvo exento de graves dificultades. Pero Obasanjo comprendió que no eran las apariencias lo que importaba, sino el fondo de la cuestión. El precio que debió pagar parecía peque?o si el objetivo que perseguía era lograr la paz. "Mantener la cesación del fuego es lo mismo que bailar un tango", bromeó Obasanjo. "Nadie baila el tango solo."

El tango de la negociación con los rebeldes es una danza complicada y enérgica, pero delicada, en la que participé más de una vez en la República Democrática del Congo durante los últimos días de un período sangriento denominado con frecuencia la guerra mundial africana, en la que ocho naciones combatieron en el territorio de ese país. Fui a la República Democrática del Congo en 2002 y encontré un país totalmente balcanizado, con un Gobierno en Kinshasa que controlaba el occidente del país, diversos grupos rebeldes que reclamaban como propios algunos territorios del este, y con cerca de la mitad del país bajo el control de un grupo rebelde, denominado Coalición Congole?a para la Democracia - Goma (RCD-G). Seguían estallando fieros combates en Kivu del Norte, Kivu del Sur e Ituri, que ocasionaron la muerte o heridas a miles de civiles y más de 2,7 millones de desplazados, número este que aumentaría ininterrumpidamente hasta superar los 3,4 millones. Salvo los funcionarios internacionales de las Naciones Unidas, nadie podía viajar de la parte oriental a la occidental de la República Democrática del Congo sin cumplir intrincados trámites y sin despertar serias sospechas. Por entonces la MONUC era una operación mucho más peque?a que contaba con aproximadamente 4.300 soldados, observadores militares y policías. Fui contratada por el entonces Representante Especial del Secretario General, Sr. Namanga Ngongi, para que dirigiera una Sección de Asuntos Humanitarios de la Misión que tropezaba con dificultades.

El mandato de la MONUC incluía, entre otras cosas, facilitar la prestación de la asistencia humanitaria que juzgara posible dentro de su capacidad. Pensé que la Sección de Asuntos Humanitarios debía interpretar el verbo "facilitar" en un sentido más amplio que antes, de modo que incluyera la protección de los civiles, lo que a mi juicio era esencial para el éxito de la Misión. Esto comprendía tres elementos:

a) Atender las necesidades básicas de las personas vulnerables apoyando de manera más concreta la labor de los agentes de la ayuda humanitaria y ampliando sus capacidades para llegar a las poblaciones destinatarias;

b) Garantizar la seguridad de los civiles frente a la violencia mediante la reunión de información útil en tiempo real y preparación para actuar en consecuencia;

c) Negociar cada vez que fuera necesario para cumplir los dos objetivos anteriores.

La resistencia y los temores iniciales por la posibilidad de que los oficiales de ayuda humanitaria de la MONUC terminaran duplicando la labor de otros agentes de esa ayuda desaparecieron rápidamente cuando se puso de manifiesto que las necesidades sobre el terreno eran tan extremas, y las capacidades de aquel vasto país tan limitadas en comparación con las necesidades, que solo elevando al máximo todos los recursos, incluidos los de la MONUC, podíamos tener la esperanza de enfrentar los problemas con más eficacia. Propuse que prestáramos más apoyo logístico a las organizaciones no gubernamentales locales e internacionales y a los organismos de las Naciones Unidas, incluido el transporte de personas y bienes, porque: 1) ese apoyo tenía una importancia crítica en una República Democrática del Congo balcanizada que era escenario de una de las peores crisis humanitarias del mundo, y donde, paradójicamente, estaban disminuyendo los recursos para la acción humanitaria; y 2) la MONUC tenía capacidad para prestar, a un costo limitado o nulo, una asistencia capaz de cambiar las vidas de las personas, lo que a su vez estiraría los recursos de nuestros asociados y les permitiría realizar más actividades operacionales en ayuda de las poblaciones afligidas.

Sin embargo, yo tenía también la visión de una Sección de Asuntos Humanitarios transformada que fuera más allá del apoyo logístico. Una Sección dotada de algunas capacidades operacionales básicas que pudiera reaccionar con rapidez en situaciones de emergencia a?adiría valor al entorno humanitario. Si bien con anterioridad la Sección se había enorgullecido de sus actividades de supervisión y presentación de informes, lo que yo proponía era algo diferente: utilizar proyectos de efecto rápido para fines humanitarios, establecer redes de comunicación y seguridad con asociados de organizaciones no gubernamentales y de las Naciones Unidas, negociar acceso para la asistencia humanitaria, influir sobre nuestros colegas militares para que protegieran las misiones de evaluación conjuntas y los convoyes de ayuda humanitaria cuando se les solicitara, y mejorar la coordinación y el intercambio de información general entre el sector civil y el sector militar. También exhortamos a los militares a intervenir en un número cada vez mayor de situaciones, y con más rapidez cuando las vidas de civiles se encontraran en riesgo, así como a esforzarse por apoyar físicamente a nuestros asociados de las Naciones Unidas y las organizaciones no gubernamentales cuando se encontraran en peligro, dedicándose básicamente a preservar vidas. Aunque el éxito no siempre estuvo asegurado, la reacción que recibimos de algunos de los más severos críticos de la MONUC, en particular de organizaciones no gubernamentales locales y de la sociedad civil congole?as, fue en general positiva. Tuvimos suerte porque contábamos con un Representante Especial del Secretario General y un Representante Especial Adjunto del Secretario General que fueron cabales defensores de la misión humanitaria y comprendían la importancia de contribuir a mejorar las condiciones en que actuaba el personal de ayuda humanitaria y, por consiguiente, las condiciones de vida de aquellos a quienes servían.

Ese era el contexto en diciembre de 2002, cuando el Representante Especial del Secretario General Ngongi, presidió una misión a Bunia, la capital de Ituri en la parte nororiental de la República Democrática del Congo, integrada por el Director para el país del Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Jefe de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCAH) en la República Democrática del Congo, la Comisión Europea y una servidora. ?bamos allí a negociar varias cosas: el caudillo Thomas Lubanga (que actualmente está en La Haya, en espera de que se le celebre juicio tras haber sido acusado por la Corte Penal Internacional), se negaba a permitir que el PMA -- el mayor y tal vez el más crucial de los actores presentes en la escena -- llevara al país alimentos para más de 500.000 desplazados, a menos que utilizara una compa?ía de transporte vinculada con Lubanga y su grupo étnico hema. El estancamiento dio por resultado que el movimiento rebelde de Lubanga, la Unión de Patriotas Congole?os (UPC), embargara todos los vuelos que llegaban a Bunia con asistencia humanitaria. Había algunos lugares a los que esta asistencia no llegaba hacía más de tres meses. Además, el sumamente dinámico representante de la OCAH en Bunia había sido declarado persona non grata y expulsado de esa ciudad después de haber tratado de negociar la puesta en libertad de un médico belga de la organización no gubernamental Medair. La UPC había acusado falsamente a Medair de tratar de envenenar a la población, y echó a rodar el incendiario rumor de que los desinfectantes vencidos que Medair tenía en sus existencias eran en realidad medicamentos vencidos. Lubanga estaba tratando también de obligar a Medair y a otras organizaciones no gubernamentales a prestar servicios médicos y de otro tipo exclusivamente a las poblaciones de la etnia hema, desafiando así todos los principios de neutralidad e imparcialidad en el suministro de bienes y servicios humanitarios. El personal de ayuda humanitaria se sentía muy vulnerable y no sin razón, dado que recibían amenazas constantes y 18 meses atrás seis trabajadores del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) habían sido asesinados en un poblado de las afueras de Bunia.

Después que el Representante Especial del Secretario General hubo hablado, cada uno de mis colegas expuso a Lubanga sus razones acerca de las cuestiones que habíamos ido a examinar. Lubanga, acompa?ado por su Jefe de Estado Mayor Militar Bosco Ntaganda y otras personas, nos escuchó aunque en ocasiones se mostraba beligerante y despectivo, dispuesto evidentemente a demostrar a sus hombres que era él quien mandaba. En mi condición de Jefa de las cuestiones de ayuda humanitaria nombrada por el Representante Especial del Secretario General, cada vez que yo lo acompa?aba o acompa?aba a su Adjunto en una misión como aquella, a veces hablaba al final, después de haber oído las respuestas de un líder rebelde a lo que le habíamos planteado. Aquel día no fue diferente. Expliqué a Lubanga que yo también provenía de un país asolado por la guerra, Liberia, y había presenciado las pérdidas de vidas que ocasionaba la guerra, y mencioné las muertes de muchos de mis propios familiares. Le dije que tal parecía que Bunia e Ituri se encontraban tan lejos que nadie se daba cuenta de lo que allí ocurría. Pero eso no era cierto, los ojos del mundo estaban fijos en él y las personas, al conocer lo que estaba ocurriendo, se sentían conmocionadas. Le dije que el mundo sabía que él estaba al mando, y observaba atentamente para ver lo que sucedería en los próximos días. Le pregunté a Lubanga qué deseaba ser cuando era ni?o, y me dijo que deseaba ser sacerdote. Observé que la historia recordaría lo sucedido en Bunia, lo que él hizo, y que algún día, mucho después de que hubiera dejado de existir, la gente hablaría de él. Le pregunté cómo deseaba que recordaran a este hombre que había so?ado con ser sacerdote. Si deseaba ser considerado un verdadero líder, afirmé, tenía que comportarse como un líder. Repetí las razones sustantivas por las que nosotros, como grupo, estábamos allí, y le recordé sus obligaciones como ser humano y como líder congole?o. De manera sorprendente, el tono y la actitud de Lubanga para con el grupo cambiaron. Al término del encuentro dio seguridades al Representante Especial del Secretario General y al equipo negociador de que se permitiría que las organizaciones no gubernamentales y los asociados de las Naciones Unidas realizaran su labor en condiciones de seguridad en el territorio controlado por la UPC.

Lubanga terminó por cumplir solo una parte de sus promesas y solo por un tiempo, pero mi colega y antiguo Jefe de la OCAH en la República Democrática del Congo, y también un brillante negociador, observó más de una vez que lo que dije a Lubanga cambió el tenor de las conversaciones y el ambiente que reinaba en la habitación, y creó una apertura donde antes no se veía ninguna. Si bien no recuerdo haber llamado a Lubanga "mi hermano", es muy posible que lo haya hecho, tal como lo he hecho después con muchos otros líderes rebeldes, incluido Adolphe Onusumba, el poderoso líder de la CCD-Goma, cuando le pedía, y conseguí que aceptara, autorizar acceso para la ayuda humanitaria y poner en libertad a algunos ni?os soldados. Con el Coronel Jules Mutebusi, otro exsoldado convertido en rebelde y estrecho aliado de Laurent Nkunda, sostuvimos una caldeada discusión por teléfono en el curso de su ataque de junio de 2004 contra la ciudad de Bukavu, en el este de la República Democrática del Congo, en la que él insistió en que era un soldado profesional que protegía a su pueblo amenazado, y Alpha Sow, la Jefa de la Oficina de la MONUC en Bukavu, y yo, insistimos en que era un rebelde indisciplinado que había puesto a su pueblo en peligro al remover tensiones étnicas hondamente arraigadas. Durante aquellos días fuimos de casa en casa y de un hospital a otro llevándonos principalmente a las mujeres y los ni?os que podían ser vulnerables al ataque. Nunca olvidaré el rostro desfigurado por el odio de una mujer que, cuando sacábamos a una ni?a de 11 a?os gravemente herida para llevarla a un hospital más seguro situado en otro lugar, nos gritó, "Es mejor que se la lleven, porque si se queda aquí una noche más morirá como la perra que es". Considero a Mutebusi culpable de haber exacerbado aquellos odios y avivado las llamas que estaban consumiendo a Bukavu y muy pronto se propagarían a otros lugares del país.

Algunas de las negociaciones no fueron con líderes rebeldes, sino con otras personalidades establecidas. Recuerdo que el Obispo de Butembo, temeroso de que la ciudad fuera atacada, había comenzado a hacer declaraciones incendiarias en su iglesia y por radio acerca del personal de la MONUC, que dieron por resultado varios ataques contra el personal de nuestra Misión, incluidos lanzamientos de piedras contra nuestros vehículos por parte de la población. Mi jefa, la Representante Especial Adjunta del Secretario General Lena Sundh, se?aló claramente al Obispo que sus declaraciones ponían en riesgo a nuestro personal y socavaban toda nuestra labor. Le aseguró que la MONUC no se limitaría a observar pasivamente la caída de Butembo. Le recordé que él había sido uno de los principales proponentes que exhortaron a que se desplegara personal de la MONUC en Butembo, y que su solicitud había sido atendida y ahora la Misión se encontraba allí. Se?alé a los policías y colegas civiles de Bangladesh y los Estados Unidos que se encontraban en el local y pregunté al Obispo si estaba dispuesto a permitir que aquellas personas fueran lastimadas o incluso asesinadas a causa de sus incitaciones a la violencia. Le recordé que la MONUC no era una simple organización sin rostro, sino que estaba integrada por muchos hombres y mujeres comprometidos que habían dejado atrás sus vidas y sus familias, muy lejos de la República Democrática del Congo, y viajado hasta allí para apoyar al pueblo congole?o. La MONUC contaba también con muchos congole?os en su personal. Le recordé los objetivos que perseguía la Misión en el país, y le pedí que conciliara sus palabras con sus hábitos y con lo que estos representaban. El Obispo reconoció que sus palabras habían sido inapropiadas, y poco después de nuestra visita emitió otros mensajes que inmediatamente calmaron la ira de la población y permitieron que los miembros de nuestro personal volvieran a trabajar sin temor a ser agredidos. La presencia de la Sra. Sundh en la zona también redujo las tensiones y el ataque previsto contra Butembo nunca se materializó.

En el curso de las negociaciones, ya estén dirigidas a conseguir acceso o a lograr la paz, generalmente hay momentos en los que todo cambia y se pasa de un panorama sombrío y totalmente cerrado a otro en el que resulta posible avanzar. El Presidente Obasanjo, en sus intercambios con Nkunda, comprendió que al romper el hielo y crear empatía podía cambiar el rumbo de las negociaciones, fueran o no con un caudillo. En la República Democrática del Congo me percaté de que lo que desea todo rebelde es que alguien piense bien de él y comprenda sus aspiraciones, por erradas o demenciales que puedan ser. A menudo era posible hacer avances, aunque fuera por un período limitado, cuando se lograba llegar al lado humano de un caudillo, por sombrío que fuera el lugar en que radicaba ese lado humano. Todo caudillo quiere que la historia lo juzgue con benevolencia. Convendría que los negociadores tuvieran en cuenta este factor y otras contradicciones y vías poco convencionales en sus negociaciones, porque con frecuencia la habilidad de un negociador para apelar al lado humano de un rebelde determinará el éxito o el fracaso.

Hablando de métodos poco convencionales, tal vez uno de los momentos más catalizadores y de mayor éxito que hayan ocurrido recientemente en torno a negociaciones de paz sea el que tuvo lugar en julio de 2003, cuando un grupo de abnegadas mujeres de mi país, Liberia, hondamente frustradas por la devastadora guerra civil que tenía lugar en el país, acudieron a presenciar las conversaciones de paz que se celebrarían en Ghana entre dos grupos rebeldes y el Gobierno del caudillo Charles Taylor. Cuando las mujeres se enteraron de que las partes pensaban abandonar el hotel donde se celebraban las conversaciones sin haber llegado a un acuerdo, escenificaron una protesta sentadas en el piso y con los brazos entrelazados, de modo que prácticamente formaron una barricada a la entrada del hotel. Cuando se llamó a los agentes de seguridad para que las retiraran de allí, se negaron a irse y amenazaron con desnudarse y permanecer así hasta que se llegara a un acuerdo. El ex Jefe de Estado de Nigeria, que había actuado como moderador de las conversaciones de paz, reaccionó enérgicamente cuando uno de los rebeldes amenazó con golpear a las mujeres por obstruirle la salida, y le dijo: "Vuelve a entrar ahí y siéntate. Si fueras un hombre de verdad no estarías matando a tu pueblo". Se llegó a un acuerdo con relativa rapidez, y tres semanas más tarde se firmó finalmente un acuerdo de paz. Este resultado se atribuye en gran medida a aquellas mujeres y a su actuación valiente y poco convencional. No contentas con quedarse allí, después de la firma del acuerdo del paz, estas mismas inspiradas mujeres movilizaron a sus hermanas en Liberia para que votaran, y contribuyeron a sellar la victoria de la primera Presidenta africana, Ellen Johnson Sirleaf, en noviembre de 2005, un acontecimiento que permitió abrigar esperanzas a las mujeres de los países que salen de conflictos.