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Imagine el sufrimiento de una mujer violada, expulsada de su hogar y comunidad debido al estigma, y obligada a valerse por s¨ª misma, junto con sus hijos, en un entorno de inseguridad continua. Esta mujer se enfrentar¨¢ a amenazas y estar¨¢ obligada a asumir unos riesgos mayores porque las necesidades b¨¢sicas de su familia no est¨¢n satisfechas.

En un esfuerzo hist¨®rico por revertir este c¨ªrculo vicioso de violencia, explotaci¨®n y pobreza, la Asamblea General de las Naciones Unidas adopt¨® la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en septiembre de 2015. En el n¨²cleo de este marco se encuentra el compromiso con los derechos humanos, la no discriminaci¨®n y la promesa de no dejar a nadie atr¨¢s. Esta Agenda, al contrario que los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que le preced¨ªan, incluye un Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) independiente sobre la igualdad de g¨¦nero y el empoderamiento de las mujeres y ni?as (ODS 5), adem¨¢s de objetivos de igualdad de g¨¦nero relativos a otros fines. La inclusi¨®n del objetivo sobre igualdad de g¨¦nero, y especialmente la meta 5.2, aporta un nuevo impulso para terminar con todas las formas de violencia contra las mujeres y ni?as ?en los ¨¢mbitos p¨²blico y privado, incluidas la trata y la explotaci¨®n sexual y otros tipos de explotaci¨®n?. Este objetivo refleja el reconocimiento global de que eliminar la violencia contra las mujeres y ni?as resulta clave para lograr la igualdad de g¨¦nero y el empoderamiento de las mujeres, que a su vez son condiciones esenciales para el desarrollo sostenible.

Con la aparici¨®n de la Agenda 2030, estamos m¨¢s preparados que nunca para abordar la discriminaci¨®n por raz¨®n de g¨¦nero, que es la causa principal y el origen invisible de la violencia sexual en tiempos de guerra y de paz. El flagelo de la violencia sexual y de g¨¦nero deja mucho m¨¢s atr¨¢s a las mujeres y ni?as en t¨¦rminos de desarrollo, conden¨¢ndolas a situaciones de pobreza y vulnerabilidad que persisten generaci¨®n tras generaci¨®n. Si en 2030 queremos haber alcanzado los ODS y haber eliminado la violencia de g¨¦nero, es fundamental que empoderemos econ¨®micamente a las mujeres y fomentemos la existencia de unas sociedades pac¨ªficas, justas e inclusivas.

Mi trabajo como Representante Especial de las Naciones Unidas para la Violencia Sexual en los Conflictos me ha llevado a muchos rincones del mundo devastados por la guerra, en los que he conocido a incontables mujeres fuertes y valientes. En muchos de estos contextos, sobre todo en las sociedades agr¨ªcolas, las mujeres son el elemento fundamental de la econom¨ªa informal. Cuando estalla una guerra, y la amenaza de violaci¨®n a punta de pistola se convierte en un terror generalizado, las mujeres no pueden acceder de forma segura a los campos, mercados y puntos de recogida de agua. Las ni?as no pueden ir al colegio de forma segura. Por nombrar solo un ejemplo: m¨¢s de la mitad de abusos sexuales documentados en Darfur, Sud¨¢n, se producen durante el trascurso de actividades b¨¢sicas de subsistencia, como en casos en los que las mujeres se ven obligadas a aventurarse a zonas remotas para recoger combustible y le?a. Es m¨¢s, la carga de los cuidados que deja la guerra tras su aparici¨®n, como cuidar a las personas heridas, enfermas, traumatizadas o hu¨¦rfanas, la sufren de forma desproporcionada las mujeres.

Las estad¨ªsticas revelan los efectos devastadores de la guerra en la econom¨ªa y salud de las mujeres. Las tasas de mortalidad materna pasan a ser m¨¢s del doble en los pa¨ªses devastados por la guerra, el n¨²mero de mujeres con t¨ªtulos legales para poseer tierras se divide casi por la mitad y la matriculaci¨®n neta de las ni?as en la escuela primaria se reduce dr¨¢sticamente, mientras que el matrimonio precoz aumenta porque las familias no tienen otra forma de mantener o proteger a sus hijas. Los conflictos desv¨ªan los recursos de los servicios p¨²blicos b¨¢sicos al gasto militar, impidiendo el crecimiento en todos los indicadores de desarrollo humano. Adem¨¢s, en muchas situaciones, las propias mujeres se ven reducidas a mercanc¨ªa con la que se puede comercializar y traficar como parte de la econom¨ªa pol¨ªtica de los conflictos y el terrorismo, tal y como el mundo ha podido observar de forma tan gr¨¢fica durante el r¨¦gimen de terror del Estado Isl¨¢mico en Irak y Siria.

Los grupos criminales terroristas transnacionales y armados se benefician directamente del tr¨¢fico y secuestran o enga?an a las v¨ªctimas con falsas promesas de ofertas de trabajo lucrativas. Su sue?o de encontrar seguridad y oportunidades se convierte en una pesadilla de esclavitud sexual y prostituci¨®n forzada. Por lo tanto, el conflicto agrava la brecha ya existente entre g¨¦neros relativa al acceso a las tierras y otros recursos productivos, y en algunos casos, reduce a las mujeres a una forma de ?divisa? fungible, a trav¨¦s de la cual los grupos extremistas violentos y armados consolidan su poder. Aunque est¨¢ claro que, a largo plazo, la autosuficiencia, el empoderamiento econ¨®mico y la voz pol¨ªtica son las formas m¨¢s eficaces de protecci¨®n contra la violencia sexual y de g¨¦nero, en tiempos de guerra las familias m¨¢s desesperadas recurren a mecanismos de defensa negativos y perjudiciales, como la retirada de las mujeres y ni?as de las oportunidades educativas y laborales, el matrimonio precoz forzado y la explotaci¨®n sexual con fines comerciales.

Tanto hombres como mujeres sufren el dolor de la pobreza y la guerra, pero el sesgo estructural implica que las mujeres tienen muchos menos recursos para adaptarse, tales como un menor acceso a los alimentos, la sanidad y el empleo remunerado, la informaci¨®n, la tecnolog¨ªa y las esferas del poder en las que se toman las decisiones. Ni la pobreza ni la guerra son neutras desde una perspectiva de g¨¦nero, por lo que nuestras respuestas no pueden obviar este punto de vista. El hecho de que el 60?% de las personas que padecen hambre cr¨®nica sean mujeres y ni?as, que, a nivel mundial, las mujeres ganen menos que los hombres y que casi dos tercios de los adultos analfabetos sean mujeres, es producto de la discriminaci¨®n de g¨¦nero. El hecho de que, ante la pobreza y la agitaci¨®n social, sean las ni?as las que se ven obligadas a casarse, a las que su familia ve como una obligaci¨®n y las que se ven privadas de alimentaci¨®n, sanidad y educaci¨®n, es producto de las normas sociales sesgadas. Son las mujeres y las ni?as las que mueren al dar a luz, y el 99?% de todas las muertes maternas suceden en los pa¨ªses en desarrollo. Son las mujeres las que tienen menos posibilidades de tener una cuenta bancaria u otros bienes a su propio nombre. Por lo tanto, son las mujeres y ni?as las primeras y m¨¢s afectadas por el colapso de los sistemas sanitarios y las instituciones del orden en tiempos de guerra.

Entre los recursos de los que carecen las mujeres, quiz¨¢s el m¨¢s valioso sea el tiempo. Asumir la carga del trabajo no remunerado (cocinar, limpiar, cuidar) mantiene a las mujeres en la pobreza, mientras los hombres invierten esas horas en trabajo lucrativo, educaci¨®n y compromiso civil y pol¨ªtico. En los pa¨ªses en desarrollo, tres cuartos del tiempo de trabajo de los hombres, pero solo un tercio del de las mujeres, se emplea en actividades que generen ingresos.

Es hora de eliminar todos los impedimentos para la participaci¨®n ¨ªntegra y oficial de la mujer en la vida pol¨ªtica, econ¨®mica y social, y de lograr que las instituciones financieras, judiciales y del sector de la seguridad sean igual de accesibles para las mujeres y conscientes de sus necesidades. Cuando las mujeres empiezan a poseer tierras y otros recursos, tambi¨¦n ganan m¨¢s poder de negociaci¨®n en casa, una voz a la hora de tomar decisiones y mayor resiliencia a las perturbaciones en la econom¨ªa y la seguridad, lo que reduce su vulnerabilidad a la violencia sexual y de g¨¦nero.

Por el contrario, la violencia sexual sistem¨¢tica y generalizada obstaculiza la recuperaci¨®n tras los conflictos dejando huellas f¨ªsicas y psicol¨®gicas duraderas en las supervivientes, lo que marginaliza a las v¨ªctimas y las excluye del mundo laboral. Las supervivientes tambi¨¦n padecen numerosos estigmas interrelacionados entre s¨ª tras sufrir violencia sexual. Los estigmas y la culpabilizaci¨®n de la v¨ªctima otorgan al arma de la violaci¨®n su particular poder destructivo, que fragmenta el tejido social y convierte a las v¨ªctimas en miembros excluidos de la sociedad. Los ni?os y ni?as cuya existencia sea fruto de esta violencia pueden ser susceptibles al reclutamiento, la radicalizaci¨®n y el tr¨¢fico, y a sufrir problemas de identidad social y pertenencia a un grupo en las sociedades altamente polarizadas afectadas por los conflictos.

La violencia de g¨¦nero se consideraba la ?dimensi¨®n ausente? en los ODM. En la actualidad, los ODM proporcionan un programa exhaustivo para abordar la violencia contra la mujer y mejorar la paz y la prosperidad com¨²n. La comunidad internacional se ha centrado en el a?o 2030 como fecha de vencimiento para la violencia y desigualdad de g¨¦nero en todas sus formas. Las supervivientes de la violencia sexual relacionada con los conflictos, cuyas vidas y medios de subsistencia se han visto destrozados por la guerra, no deben olvidarse en estos esfuerzos. Tienen derecho a la justicia, reparaciones y compensaciones, incluida la restituci¨®n de cualquier terreno o propiedad que se les haya usurpado por la fuerza durante la guerra. Legislar en la igualdad de g¨¦nero en todos los campos no solo es lo correcto, sino que tambi¨¦n es una forma inteligente de gestionar la econom¨ªa y una obligaci¨®n en la justicia social. En las memorables palabras de Nelson Mandela: ?Erradicar la pobreza no es un acto de caridad. Es un acto de justicia?.??