17 mayo 2016

Ya se sabe públicamente: nos estamos quedando sin dinero para sufragar las necesidades humanitarias del mundo. Por suerte, es una realidad que tenemos a la vista y no es posible obviarla. Esto último debemos agradecerlo al Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, puesto que por decisión suya se creó el Panel de Alto Nivel sobre Financiación Humanitaria, encargado de hallar soluciones para el problema de la financiación de esas actividades.

?Qué descubrió nuestro grupo de nueve miembros? En primer lugar, probablemente esa realidad nunca fue desconocida. Durante decenios, la financiación de la acción humanitaria ha sido vacilante y ha estado sujeta a los caprichos de la moda política, el ánimo público y un sinnúmero de factores que no deberían tener cabida alguna a la hora de determinar el destino de los 125 millones de ni?os, mujeres y hombres que dependen hoy de la buena voluntad para poder presenciar otro amanecer. Durante demasiado tiempo nos hemos negado a reconocer esta situación.

Por espacio de muchos meses conversamos con cientos de personas que trabajan en lo que algunos llaman el sistema humanitario global y otros la industria de la ayuda; no hay consenso sobre cómo definir este complejo sistema de ayuda. Ese diálogo sacó a relucir principalmente frustración con el statu quo y la urgencia de concebir un modelo de financiación sostenible.

Uno de los primeros problemas con que tropezamos fue la imposibilidad de establecer, con un mínimo de certeza siquiera, la verdadera magnitud del déficit de la financiación, lo cual resultó sorprendente para un panel que incluye a economistas y financieros. Percibimos entre los donantes la profunda sospecha de que durante a?os las organizaciones humanitarias han venido inflando las cifras para compensar los déficit de fondos. En efecto, las organizaciones preveían que sus pedidos de determinada cantidad de dinero serían insuficientes. Por ejemplo, a un llamamiento para conseguir 100 millones de dólares usualmente se respondería con 60 millones de dólares. En todos los lugares y en todo momento, cuando tratábamos de encontrar cifras confiables que reflejaran el alcance completo de la cadena de financiación, desde los donantes hasta las personas que necesitaban el conjunto básico de supervivencia consistente en alimento, agua y albergue, tropezábamos con falta de transparencia en la información.

Por tanto, definimos el déficit por nuestra cuenta, utilizando la norma global aceptada de 1,25 dólar diario por persona como nivel mínimo de supervivencia. Obtuvimos como resultado un déficit de 15.000 millones de dólares entre el actual nivel de necesidades estimado y la cuantía de los recursos financieros disponibles por a?o. Según la perspectiva desde la que se considere, esta suma puede ser enorme o minúscula, o puede quedar entre los dos extremos. El mundo invierte alrededor de 25.000 millones de dólares por a?o en asistencia humanitaria, suma que equivale a 12 veces más que hace 15 a?os.

A escala global nunca hemos sido más generosos dado que las recaudaciones superan el récord a?o tras a?o. Sin embargo, trágicamente, vivimos momentos en que nuestra generosidad es más insuficiente que nunca para enfrentar el reto. Para situar el déficit de 15.000 millones de dólares en perspectiva, recordemos que el mundo produce 78 billones de dólares por concepto de producto interno bruto combinado. Colectivamente, gastamos en goma de mascar tanto como en ayuda humanitaria. En 2014, los gastos militares mundiales ascendieron a 1,7 billones de dólares.

Tomamos como punto de partida la realidad sencilla e irrefutable de que, en nuestro mundo rico en recursos, nadie debería tener que morir o vivir de manera indigna por falta de una financiación humanitaria adecuada. Sobre esa base, desglosamos el problema en tres esferas: 1) reducir las necesidades en primer lugar; 2) hallar nuevas corrientes de financiación confiables, de largo plazo y previsibles; y 3) velar por que la utilización de cada dólar recaudado surtiera el mayor efecto posible.

Reconocimos que la mejor manera de hacer frente a las crecientes necesidades humanitarias consiste en enfrentar sus causas originales. Es evidente que ello requiere una firme determinación al más alto nivel de dirección política mundial a fin de prevenir y resolver los conflictos e invertir más en la reducción del riesgo de desastres. Esto último se relaciona especialmente con las comunidades y los países más vulnerables. Puesto que el desarrollo es el medio óptimo para la creación de resiliencia, concluimos que los escasos recursos mundiales de asistencia oficial para el desarrollo deberían utilizarse allí donde resultan más importantes, a saber, en situaciones de fragilidad.

Ahora bien, además de centrar la atención en el empleo de la asistencia oficial para el desarrollo en países frágiles y en los que experimentan conmoción debido a conflictos cercanos o a desastres naturales, es preciso comprometerse firmemente con una inversión sistemática en la creación de resiliencia. Esto incluye dedicar fondos a la consolidación de la paz y la solución de conflictos a nivel internacional. Por esta razón, respaldamos la recomendación del Grupo Consultivo de Expertos sobre el Examen de la Estructura para la Consolidación de la Paz, establecido por el Secretario General, de destinar al Fondo para la Consolidación de la Paz el 1% de los presupuestos asignados para las operaciones de paz con cargo a las cuotas de los Estados Miembros de las Naciones Unidas.

El Panel reflexionó sobre la posibilidad de hacer que, por primera vez, la financiación de la ayuda humanitaria fuera sufragada con recursos básicos del fondo común al que se destinan las cuotas prorrateadas de los Estados Miembros. Si bien coincidimos en que la medida era conveniente, deseábamos seguir concentrados en soluciones que tuvieran posibilidades reales de éxito. Lamentablemente, es obvio que se necesitarán a?os, incluso decenios, para que se apruebe una propuesta de esa índole.

Para regresar a soluciones prácticas y aplicables, propusimos que los países en riesgo de sufrir desastres naturales tuvieran fondos de reserva para emergencias, así como rubros del presupuesto para actividades de reducción del riesgo de desastre destinados a sufragar tales actividades y a recibir financiación cuando se produjera un desastre. Los países que acogen refugiados deberían integrar el desplazamiento en sus planes de desarrollo y obtener un apoyo internacional previsible y adecuado. También debería realizarse un ajuste en cuanto al seguimiento de las personas necesitadas, y no de los países, y reclasificar los criterios de admisión en la Asociación Internacional de Fomento con miras a facilitar el acceso de los países de medianos ingresos a sus subsidios y préstamos de bajo interés.

Pedimos que se ponga fin al enfoque de corto plazo en la recaudación anual —y retrospectiva—, salvando la brecha existente entre la labor humanitaria y la de desarrollo mediante programas basados en el análisis conjunto. Hace demasiado tiempo que los sectores humanitario y de desarrollo vienen demostrando, en el mejor de los casos, cierta indiferencia mutua. Es hora de superar esa situación. Ello permitirá que las poblaciones vulnerables sean autosuficientes al recibir ayuda de las organizaciones humanitarias, con mayor capacidad para funcionar en entornos inestables, y de las organizaciones de desarrollo, dotadas de horizontes de financiación a más largo plazo y de más capacidad para apoyar económicamente actividades viables.

La financiación insuficiente de la ayuda humanitaria significa no solo más sufrimiento sino también más inestabilidad global. Ayudar a las personas que corren peligro es moralmente correcto, pero también redunda en interés de quienes apoyan la ayuda. En virtud de la actual inestabilidad en gran escala, que puede cruzar las fronteras como lo demuestra vívidamente la crisis de los refugiados en Europa, la ayuda humanitaria constituye un bien público global que requiere un modelo apropiado de recaudación de fondos. En un mundo interconectado, necesitamos una financiación de solidaridad capaz de cruzar las fronteras.

Se observa una dependencia excesiva de un grupo peque?o de donantes de asistencia oficial para el desarrollo. Esos donantes siguen siendo muy importantes y se les anima a que hagan más, pero nos sentimos alentados por los nuevos donantes que parten de la premisa de que a mayor riqueza corresponde más responsabilidad. Los Estados a los que se otorga el debido crédito y reconocimiento por sus contribuciones a la ayuda humanitaria responderán con generosidad. Es necesario reflejar mejor la cuantía completa de las contribuciones de todos los Estados a la acción humanitaria.

Más allá de los gobiernos, la comunidad internacional debe aprovechar el potencial de las empresas para transmitir sus aptitudes y capacidades fundamentales. Aunque el empresariado es todavía un factor modesto en las actividades humanitarias, posee creatividad y capacidad en la escala necesaria para proporcionar soluciones nuevas en materia de gestión de riesgo, apoyo de la prestación de ayuda, creación de empleos y modernización de la transparencia y la rendición de cuentas. La participación del personal en la acción humanitaria es también un factor de motivación, y se hace necesario alentar a las empresas a participar aportando sus aptitudes y capacidades pertinentes, desde las políticas de seguro y de dinero electrónico hasta la logística y las comunicaciones, para la prestación de una asistencia dirigida a salvar vidas.

Creemos que ha llegado el momento de realizar inversiones innovadoras en una acción humanitaria que dé lugar a mejoras sociales de largo plazo. Dado que la gran mayoría de las poblaciones afectadas por conflictos viven en países musulmanes, consideramos que el papel de la financiación social islámica tiene especial importancia. Los bonos de impacto social (sukuk en árabe) y la imposición de microgravámenes a empresas con un gran volumen de transacciones encierran un gran potencial. Está en marcha un examen para determinar de qué manera instrumentos de financiación social islámicos como los bonos sukuk podrían encauzarse de manera eficaz y eficiente para atender las necesidades humanitarias. Ciertamente existen posibilidades para que la financiación social islámica aporte soluciones.

Como se mencionó al comienzo del presente artículo, en el curso de nuestra labor observamos y aprobamos el criterio ampliamente compartido de que se necesita un cambio sistémico en la prestación de ayuda humanitaria para recaudar nuevos fondos y utilizarlos con más eficacia. El aumento de la eficacia creará un círculo virtuoso al atraer más financiación. Por consiguiente, hemos hecho un llamado a los donantes y a las organizaciones de ejecución a convenir un “Gran Pacto”. Se han iniciado los trabajos y esperamos que la presentación de esta iniciativa tenga lugar en el marco de la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que se celebrará en Estambul en mayo de 2016.

?Qué se lograría en virtud del Gran Pacto? Los donantes no se limitarían a dar más, sino que lo harían mejor al mostrar más flexibilidad, y las organizaciones de ayuda responderían con más transparencia y mayor conciencia de los costos. Los elementos de un Gran Pacto incluyen una mayor prestación de asistencia a base de efectivo, cuando proceda, y el reconocimiento de las ventajas comparativas de las organizaciones de ejecución locales, nacionales e internacionales en lo que respecta a la prestación de servicios.

Deseamos que los donantes se comprometan a incrementar la financiación multianual y reducir la asignación a fines concretos, puesto que una financiación flexible es el elemento vital de las operaciones humanitarias. Los donantes deberían simplificar y armonizar sus requisitos de presentación de informes, lo que daría a los trabajadores encargados de la ayuda más tiempo para sus actividades de salvamento de vidas. También existe la necesidad crucial de que las organizaciones de ejecución muestren mayor transparencia, de manera que todos puedan “seguir la pista al dinero” desde que sale de manos de los donantes hasta que llega a las personas necesitadas. Una plataforma global para proporcionar datos abiertos y transparentes ayudaría a reducir los costos de transacción y aumentar la eficacia.

Al comprometerse con la realización de evaluaciones conjuntas de las necesidades, como las realizadas en el norte de Siria y a raíz del terremoto de 2015 en Nepal, las organizaciones humanitarias aumentarían la confianza de los donantes. Tenemos a nuestro alcance una genuina transparencia gracias a la tecnología digital, y ello debería ampliarse para incluir a las comunidades que reciben ayuda. Las organizaciones humanitarias pueden aprender y mejorar su actuación escuchando a aquellos a quienes prestan servicios.

En el curso de nuestra investigación presenciamos demasiadas evidencias de pugnas internas, que dan lugar a pérdidas de energía y recursos debido a múltiples ineficacias y a competitividad. Para avanzar hacia un modelo de eficiencia basada en la colaboración, necesitamos que los donantes gubernamentales y las organizaciones de ayuda acepten este Gran Pacto. Al hacerlo, demostrarán a las claras su compromiso común con el bien de todos.

El logro de los cambios necesarios para poner término a la presente situación depende de la voluntad de muchos para llevar adelante esos cambios. El Secretario General nos ha hecho el honor de permitirnos servir en calidad de Panel, y mantenemos el compromiso de ofrecer nuestra ayuda para que estas propuestas se hagan realidad.

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