El impacto de la COVID-19 está provocando alteraciones sin precedentes en la ense?anza superior en todas partes. En cuestión de días o semanas, los campus de todo el mundo se quedaron en silencio cuando los países impusieron confinamientos en un intento por contener la propagación del virus. Las universidades tuvieron que desarrollar respuestas rápidas y creativas que les permitieran seguir impartiendo las clases en una situación en la que ni el personal ni los estudiantes podían acceder físicamente al campus. Un desafío práctico que se impuso de inmediato a las universidades de ense?anza presencial fue movilizar y asistir a los profesores en el dise?o y la implementación de soluciones de evaluación y apoyos al aprendizaje alternativos a escala para grupos específicos que no dependieran de las clases presenciales.
Esto supuso el desarrollo de instalaciones y tecnologías in situ y remotas, así como la identificación y priorización de actividades de implicación del alumnado que pudieran organizarse mejor a través de soluciones de software asequibles y disponibles. También dependió en gran medida de la creatividad, la empatía y el juicio de los profesores individuales, quienes a su vez tenían que soportar una dosis considerable de estrés e incertidumbre personales a la vez que tranquilizaban a sus ansiosos alumnos y se esforzaban por ofrecer un aprendizaje justo y de calidad. Fue toda una haza?a para el personal universitario acostumbrado a una ense?anza en el campus que implicaba muchas dimensiones prácticas y presenciales, como trabajos en grupo, laboratorios, tutorías y sesiones en estudio.
Puede que uno de los grandes beneficios obtenidos como sector de esta experiencia sea una visión más crítica y equilibrada del valor y el papel del aprendizaje en línea. Descubrimos que, aunque las modalidades de ense?anza remota pueden apoyar el éxito, nunca podrán satisfacer las necesidades educativas de nuestros estudiantes y que los elementos presenciales y mixtos aún deben desempe?ar un papel central. La experiencia en el campus tiene gran relevancia.
Resulta particularmente significativo que la pandemia esté afectando de manera desproporcionada a los estudiantes desfavorecidos, y está atrayendo nuestra atención hacia las ya persistentes desigualdades educativas que se observan en muchos países y hacia los riesgos que las exacerban. Tal como se?ala el informe de políticas del Secretario General de las Naciones Unidas:?La educación durante la COVID-19 y más allá, existe sin duda una necesidad urgente de que todos actuemos para garantizar que la interrupción inmediata de la ense?anza no se convierta en una catástrofe generacional.
En Aotearoa, Nueva Zelanda, desde donde escribo estas líneas, también tenemos importantes disparidades en el ámbito educativo. Se comprenden razonablemente bien las causas subyacentes, pero, como sociedad, hemos progresado muy poco hacia el cierre de la brecha educativa, en particular, con los pueblos maorís y del Pacífico. Durante el confinamiento impuesto por la COVID-19, en la??nos movilizamos rápidamente para ayudar a nuestros alumnos más vulnerables a que prosiguieran con sus estudios. En respuesta a ello, se distribuyeron dispositivos y se facilitó el acceso a Internet, se incrementó la asistencia financiera para situaciones de dificultad y hubo un esfuerzo concertado de los trabajadores de la universidad por contactar personalmente con los estudiantes afectados. Aunque es indiscutible que estos alumnos se enfrentaron a una situación particularmente difícil durante el confinamiento, resulta alentador observar que su rendimiento académico se mantuvo en niveles comparables a los de semestres anteriores. Curiosamente, al preguntarles por su experiencia de aprendizaje, muchos de estos alumnos se mostraron considerablemente positivos sobre los efectos de la ayuda prestada por la universidad. Estos resultados se?alan que, con grandes esfuerzos focalizados, se puede lograr superar algunas de las barreras del aprendizaje.
Obviamente, los factores que explican las desventajas educativas son numerosos y las palancas con que cuentan las universidades son de cierta forma limitadas. Las consecuencias de la COVID-19 serán de gran alcance y se seguirán sintiendo durante a?os. A la luz de informes que indican que hay alumnos de último a?o de instituto que están dejando los estudios por causa de la presión de la crisis, una de estas consecuencias será el efecto de la pandemia sobre la canalización de estudiantes hacia la universidad. Serán esenciales las asociaciones dentro y fuera del sector educativo (por ejemplo, entre los sectores terciario y secundario) a la hora de abordar y mitigar las consecuencias potencialmente devastadoras de la COVID-19 en los resultados educativos de nuestros estudiantes más desfavorecidos.
El informe de políticas del Secretario General identifica adecuadamente la necesidad de proteger la financiación de la educación. La disminución de la financiación pública de la ense?anza superior ya estaba planteando importantes dificultades a las universidades antes de la COVID-19, y ahora existe un riesgo real de que la pandemia agrave aún más la crisis de financiación, así como las discrepancias en cuanto a acceso y rendimiento. Tenemos que recordarnos a nosotros mismos que, en nuestra precaria situación actual, el sector de la educación superior puede seguir desempe?ando un papel crucial en los esfuerzos de los países por recuperarse y reconstruir un futuro más sostenible, tal como expresan los?. Así pues, es imperativo que los gobiernos protejan la financiación de la educación superior.
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